Siempre he pensado que la felicidad, a diferencia de la tristeza, no es un estado permanente. La felicidad, la verdadera felicidad son esos momentos en los que sientes que cada molécula de tu cuerpo sonríe, momentos que suelen ser absolutamente triviales para la mayoría de los mortales, pero que recordarlos te lleva una sonrisa involuntaria a tu cara. Estos momentos pueden ser tan simples como una caricia, un beso, una mirada, un pequeño regalo, una reunión de amigos o familia. Pueden ser momentos íntimos, como un orgasmo o públicos como un concierto, pero siempre son personales, propios y, casi siempre, irrepetibles.
Yo tuve uno de esos momentos este verano, un viaje a Madrid con mi preciosa osita y el pequeño osezno de 3 años. Un viaje breve de apenas 3 días con el objetivo principal de visitar el Parque Warner. Algo perfectamente criticable, lugar turístico y adocenado, reflejo del consumismo y la decadencia de la sociedad capitalista y bla bla bla… Allí perfectamente ataviados con gorras mochilas, bermudas y gafas de sol entramos como tres mas entre la masa. No voy a aburriros con los detalles. Me centrare en ese momento especial que fue entrar en la casa de Piolin (Actividad que llevamos a cabo de 4 ocasiones) una vez allí, tras visitar el pequeño decorado llegamos al lugar en el que estaba el propio pájaro “en persona”. La carita de ilusión del osezno, la mezcla de nerviosismo y curiosidad con la que lo acaricio con la punta de sus deditos y por supuesto su alegría, compensaron, de sobra, el cansancio de aquel viaje.
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